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 El eternauta” de H.G Oesterheld y Francisco Solano López:

                         Reseña personal y análisis.

Obra editada por: Norma editorial.
Prólogo: Carlos Trillo.
Epílogo: Jorge García.
            Para empezar, hay que tener en cuenta que considerando el contexto histórico en el que fue escrita esta obra, y remarcando el hecho de la desaparición, tortura y asesinato de H.G Oesterheld, uno de sus autores, esta novela gráfica cuenta con citas que llegan a helar la sangre de los lectores sin importar a qué generación pertenezcan.
Juan Salvo (Narrador y protagonista): “Nunca imaginé que alguna vez saldría así de mi casa, con el corazón en un puño, esperando a recibir en cualquier momento un tiro en la espalda…”. Favalli (Co-protagonista): “La ciudad es una jungla donde gente como nosotros no puede vivir”.
            Héctor G. Oesterheld (Secuestrado, torturado y asesinado durante la dictadura argentina que abarcó desde 1976 a 1983, el “Proceso de reorganización nacional”): “Ahora que lo pienso, se me ocurre que quizá por esta falta de héroe central, El Eternauta es una de mis historias que recuerdo con más placer. El héroe verdadero del Eternauta es un héroe colectivo, un grupo humano. Refleja así, aunque sin intención previa, mi sentir íntimo: Él único héroe válido es el héroe en grupo, nunca el héroe individual, el héroe sólo
            -“Era tanta la muerte que nos rodeaba que, una más, aunque fuese la de un amigo, no hacía gran diferencia”- Juan Salvo, a quien, por un simple hecho de comodidad narrativa, me referiré como “Protagonista” o mejor dicho, “Narrador”.
            Introducción:
            Desde las primeras páginas, el protagonista se enfrenta a las adversidades repentinas de encontrarse en un mundo casi post-apocalíptico, rodeado del caos y de lo que éste despierta en las personas. De la noche a la mañana se ve obligado a cuestionarse todo aquello en lo que creía, incluidos sus valores morales y las costumbres sociales “civilizadas” de un mundo previo a la catástrofe que sería aquella nevada mortal. “Pronto reinará la ley de la jungla”, dice Favalli, uno de los amigos más cercanos de Juan y al parecer el primero en comprender que los momentos de caos revelan la verdadera naturaleza de las personas.
            De un momento a otro, los protagonistas debieron de acostumbrarse a andar “bajo el amparo de las sombras”. Para Juan, comprender aquel mundo de muerte, desolación y peligros en el que se ve inmerso es una píldora increíblemente difícil de tragar, porque ni siquiera la supervivencia es como él la hubiese imaginado, ingenuamente solidaria, sino terriblemente cegada por la necesidad, el temor y la locura.
Ritmo  y suspenso
            Desde sus primeras páginas el libro nos lleva de una incertidumbre a la siguiente, casi sin darnos tiempo para prepararnos entre dos o más acontecimientos. Muy pronto el miedo y la preocupación que sienten los protagonistas se convierten en algo que compartimos con ellos; y aprendemos, casi sin darnos cuenta, a mantener cierta desconfianza de cada momento aparentemente esperanzador que la historia nos presente. Tal y como en una guerra, nada es lo que parece, y justo cuando pensamos que podíamos cerrar los ojos por un rato, dejar de contener la respiración, la narración ataca nueva y desprevenidamente nuestros sentidos.
            Uno se vuelve tan desconfiado a lo largo de la historia que casi no es capaz de disfrutar los breves momentos de tranquilidad que hay en ella. Asumimos que sólo están allí porque son necesarios para equilibrar el ritmo del relato, como un respiro a mitad de una larga y exhaustiva carrera. Sin embargo, todo estímulo que luego aparezca será considerado una amenaza. Justo cuando creímos haber elevado nuestras esperanzas en vano por última vez, la desgracia golpea nuevamente las vidas de los protagonistas. A partir de un determinado momento ya no hay una normalidad que pueda ser esperada, por mucho que la anhelemos. Abandonamos junto con ellos toda percepción de lo “seguro”.



La “nueva normalidad” de los trajes aislantes. Un panel que me recordó a la actualidad.         
            Aún sin perder el lado “humano”, la crudeza y el ritmo de los eventos hacen que tanto el lector como los protagonistas se adapten a circunstancias como la muerte o desaparición de uno de los suyos con gran rapidez, ya que los peligros no dejan de estar presentes. Los cotidianos ruidos de la ciudad y la presencia de sus habitantes ya no significan lo mismo: “El hasta hacía poco familiar rumor de motores en la avenida cobraba un significado sobrecogedor entre tanto silencio que nos rodeaba”. Como lector, uno también se acostumbra a ese silencio cargado de tensión, uno de los elementos principales y mejor trabajados de la historia.
            Pero los autores no sólo juegan muy bien con el suspenso, sino que también tienen un excelente control de nuestra anticipación y, por ejemplo, de elementos como el “foreshadowing”. En más de una ocasión el protagonista y narrador habla de un arrepentimiento en pasado, dándonos a entender que eventualmente su narración se tornará aún peor, dejándonos con ardiente intriga.
La representación de la guerra y las similitudes con “Shingeki no Kyojin”
                        Como mencioné anteriormente, los autores mantienen un excelente control del ritmo y de la representación del mismo a la hora de narrar una guerra, aquella de la cual Juan y muchos otros se ven obligados a formar parte; como si fueran parte de un engranaje sin preocupaciones individuales. Allí, la rápida ascensión militar no significaba otra cosa que la escasez de soldados y el envío de la mayoría inexperta a una muerte casi segura. Mientras tanto, lejos de su hogar Juan Salvo se pregunta constantemente por el bienestar de aquellos que lo hacen seguir adelante, aquella esposa e hija a las cuales tuvo que dejar atrás. Si hay algo que destaca a Juan como personaje no es tanto su valentía, sino su interno pesimismo, el cual es sólo apaciguado por “El desesperado anhelo de todo soldado (…) Retornar cuanto antes al hogar”.
            Un teniente: “Si uno no ataca al adversario, no conocerá nunca su capacidad de pelea”. Como consumidora de anime no pude evitar encontrar similitudes entre “El eternauta” y “Shingeki no Kyojin”, no sólo en la representación dinámica y caótica de los ritmos de una guerra sino también entre algunos de sus personajes y sus formas de pensar y accionar. Favalli, por ejemplo, es la presencia del estratega, un personaje esencial a quien uno siempre quiere escuchar. De hecho, recomendaría la lectura de esta obra si se han sentido atrapados por la lectura del manga de Shingeki.
Los antagonistas
            Al hablar de los antagonistas, los autores esconden metáforas y alusiones al gobierno de la época y a las fuerzas militares. Tenemos a diferentes grupos enemigos en la historia, ordenados por rangos de mando: Los “Ellos”, los “Manos” y luego las criaturas más similares a animales que son controladas a través de artefactos, los “Cascarudos” y los “Gurbos”. Además, están los “Hombres-robot”, prisioneros humanos controlados a través de implantes tecnológicos como el resto de las criaturas bajo el mando de los “Ellos”. Incluso antes de que apareciesen los hombres robot, el grupo de protagonistas ya se refería a los cascarudos como “Robots vivientes”, manejables desde lejos por órdenes de arriba. Eran perros entrenados para la pelea, pero nada más, no podían pensar ni actuar por cuenta propia y se movían en masa, como títeres. “¿Cuántos hombres habrán sido capturados y convertidos en robot?”, se preguntaba uno de los personajes, como si fuese una pregunta real de los autores frente a los vestigios de su época. Para los protagonistas, ser convertidos en títeres era el peor de los destinos, incluso peor que la muerte. “Te cuesta admitir que te manejan porque no sientes nada, ni siquiera dolor”.
            Los “Manos” eran otra raza, no muy diferente de la raza humana, que había sido esclavizada por los “Ellos”. Los manos eran controlados a través del miedo, el cual podía causarles la muerte si lo sentían, era por eso que no podían desobedecer las órdenes de sus líderes. Desobedecer implicaba empezar a sentir miedo.  
Favalli
El cerebro de casi todas las operaciones. Favalli es, sin duda, mi personaje favorito, pero no siempre fue así. Desde el inicio este personaje me generó intriga e inquietud. Había algo en él que, sumado a la naturaleza cargada de tensión de la historia, me hacía desconfiar. Uno de los detalles que más ruido me hizo durante toda la primer parte del libro fue la rápida adaptación de Favalli al entorno de guerra, y su intacta sabiduría respecto a cómo reaccionar. El hombre no había formado parte del ejército, como Juan Salvo, era un simple profesor, y aun así es a lo largo de la historia la persona más capacitada. Si bien nunca parece mostrar fallas en su moral, al menos a mis ojos, quizás lo que me inquietó al principio fue aquella que sería su mayor cualidad; como lo dice Juan Salvo: “Aquella perspectiva impersonal con la que él miraba todo” “Su lógica de hierro, fría”.
            A pesar de esta inquietud inicial, con el pasar del tiempo pude reconocer que todo aquello era lo que hacía a Favalli eficiente y necesario, como lo había sido desde el principio. Alguien dispuesto a pensar desde afuera de lo personal, o incluso como el enemigo, y capaz de sacrificarlo todo. Al final, esta “lógica fría” que define al personaje fue lo que acabó por convertirlo en mi favorito.    
Favalli: “Será más fácil sucumbir si lo hacemos peleando”.
Franco
            Mi segundo personaje favorito es Franco, uno de los soldados que acompañan fielmente al grupo de Juan Salvo. Si Favalli es la mente maestra, Franco es el hombre de acción. Podría decirse que es el corazón de las operaciones una vez que se integra al grupo de los protagonistas. De hecho, su determinación y valentía se le contagian a Juan más de una vez, inspirándolo a actuar. Pero no sólo es su coraje lo que se admira, sino también la honestidad detrás de sus acciones:
            Una de las escenas más memorables del personaje es cuando, tras una tensa confrontación con uno de los “manos”, el soldado arrastra a su moribundo adversario hacia afuera del subterráneo en el que se resguardaban para cumplirle su último anhelo: Contemplar las estrellas por última vez. Después de todo, los manos no eran más que esclavos, una raza a la cual los “Ellos” habían logrado someter por completo, a diferencia de los humanos.
La historia y sus mensajes
            Aunque, al menos en sus primeras apariciones, el personaje del historiador “Mosca” resulte algo molesto, los autores sabían muy bien lo que hacían al darle vida a la Historia dentro del caos de su misma ficción. Porque, al ser esta obra (en su mayor parte) una metáfora de su época, podemos asumir a través de ella y de este personaje que recopilaba todo lo que sucedía a su alrededor en su pequeña libreta, que la historia tiene vida, y que los sucesos que en ella tienen lugar darán lugar a reflexiones para las generaciones futuras. Incluso si estas reflexiones significaban tan sólo un aliento para seguir adelante. Irónicamente, es Juan Salvo quien le dice en modo de queja: “Estamos viviendo la historia, no escribiéndola”. Esta obra es una viva lucha que se sostiene en base al valor detrás de sí misma. Los protagonistas reiteran a lo largo de ella: “Pensar es un lujo que se nos está prohibido”, puesto que pensar en medio de todo lo        que les está ocurriendo es un viaje de ida hacia la locura y la desesperación. Pero los autores no sólo pensaban de manera desafiante y propia, sino que también actuaron. Afortunadamente, no fue sólo el gobierno de su época el único que logró recibir su mensaje, sino miles y miles de lectores de todas partes del mundo.
Conclusión
            La intención de los autores puede resumirse en las desesperadas pero determinantes preguntas del guionista hacia el lector, en uno de los tantos paneles de la novela que rompen la cuarta pared: “¿Qué hacer para evitar tanto horror?” “¿Será posible evitarlo publicando todo lo que el eternauta me contó? ¿Será posible?”.
            Mucho más que el final de una historia, es el anhelo del final de un momento histórico que se desea irrepetible. El mensaje último, infundido de valor para aquellos que están dispuestos a seguir luchando hasta el final en momentos de injusticia y represión. Tal y como Carlos Trillo anunciaba en el prólogo: “Siguen habiendo luchas justas para que El Eternauta les sirva de metáfora”.  

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