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 Reseña y Análisis personal de “Good Omens” (Neil Gaiman y Terry Pratchet) (Contiene Spoilers)

            “Good Omens”…Una obra maestra tanto en su comedia y emotividad, como en las reflexiones que nos presenta.    
            Desde el comienzo de la historia, se nos presenta el dilema del libre albedrío y la (a veces tan poco visible) diferencia entre “Bien” y “Mal”. Todo adquiere mayor peso e ironía cuando sabemos que, quienes se plantean estos dilemas, no son unos meros humanos perdidos en el enigma de la vida, sino un ángel y un demonio (Y un niño de once años que, vale comentar, es el anticristo). Tenemos a un ángel y a un demonio que son, podría decirse, mejores amigos. Sus nombres son Aziraphael y Crowley. Nuestra visión de estas criaturas y el tipo de vida que llevan cambia rotundamente en el preciso momento en que ambos parecen estar de acuerdo en que ninguno de ellos posee realmente lo que se conoce como “Libre albedrío”, del cual (aparentemente) sólo los demonios han sido privados. Ambos provienen de un mundo regido por jerarquías de poder, en la cual no está permitido desobedecer ni cuestionar a sus superiores, ambos deben seguir al pie de la letra el “Gran Plan”, aquel que dictan las escrituras sagradas. Sin embargo, cada vez que hablan del tema, tanto ángel como demonio se encuentran a sí mismos contra una pared, desorientados en cuanto a su propósito y los verdaderos motivos detrás de sus acciones. Y no es hasta que el Apocalipsis o “Armagedon” anuncia su pronta llegada que comienzan a plantearse, por primera vez, actuar por voluntad propia para salvar un mundo con el cual, de una u otra forma, se han encariñado, y a cuyo fin no le encuentran sentido para ninguno de los dos bandos. Constantemente podemos notar a lo largo de la historia el carácter casi tiránico de aquellos a quienes Aziraphael y Crowley sirven (Tanto Dios como Satán).   Esta historia desafía y pone de cabeza algunas de las creencias bases respecto al Paraíso y al Infierno, y a la manera en la que ambos se rigen.
            Aquí es cuando entran en juego tópicos tales como la guerra, la ecología, el daño que los seres humanos le hacen al mundo, entre otros. Pero lo más maravilloso es que muchos de ellos se tratan nada más y nada menos que a través de la mente de un niño de once años. Adam Young, a quien ser el anticristo le sienta bien para la madurez que ha alcanzado a su corta edad, con su insaciable curiosidad y sensatez. Para él y su grupo de amigos, cuestionar los cambios a su alrededor comienza como un juego, pero uno al cual toman con la mayor de las seriedades, en especial el joven Adam.
            Un importante detalle a destacar de la obra son las continuas referencias históricas, las cuales podemos apreciar en diferentes momentos, en especial cuando el narrador habla del pasado (Muchas veces compartido) de Aziraphael y Crowley y sus largas vidas existiendo en el mundo humano, comenzando por conocerse en el jardín del Edén. Incluso podemos notar una de las referencias más famosas y claras cuando Adam Young y su grupo de amigos, mejor conocidos como la pandilla “The Them” juegan a ser “La santa Inquisición” al sospechar que una bruja vive en su vecindario, Lower Tadfield. Esto por supuesto, antes de que el pequeño Adam Young descubra por sí mismo que la bruja tiene nombre (Anathema Device) y que es una mujer mucho más sensata y agradable de lo que él y sus amigos habían pensado.
            Verán, los maravillosos juegos que los Them llevan a cabo liderados por Adam, son mucho más que eso. Son, podría decirse, espacios de reflexión y aprendizaje constante, tanto así que incluso tenemos una escena en la que uno de los miembros de la pandilla reconoce aprender sobre temas de real interés e importancia para él cuando está con sus amigos, mucho más que cuando está en la escuela. Las conversaciones de los Them van desde La inquisición, la ciudad perdida de Atlantis, y el desinteresado impacto ambiental de los humanos en el mundo que ellos mismos heredarán, hasta debates morales sobre la diferencia entre el bien y el mal, sobre qué tan lejos pueden llegar para cambiar y proteger al mundo en el que viven. Es el joven Adam quien, por lo general, inicia estos debates casi sin quererlo. Sin embargo, lo que no pude evitar adorar sobre Adam es que no sólo cuestiona sus propias acciones, sentimientos y pensamientos, sino que escucha y respeta a los de sus amigos, a quienes quiere más que a nadie en el mundo. No debemos olvidar que, Anticristo o no, Adam tiene sólo once años, y aun así parece terminar comprendiendo mejor que cualquiera la naturaleza del ser humano, del mundo que lo rodea, de sus poderes e incluso la de aquellos personajes que no pertenecen al mundo humano.
            Regresando a Aziraphale y Crowley, algo que me ha fascinado respecto a ellos dos es cómo los autores nos llevan a conocerlos a tal profundidad, que casi podemos ver el lado humano en ambos. Al igual que el pequeño anticristo de la historia, estos dos amigos no pueden evitar cuestionarse a lo largo de la narración las reglas de los mundos a los que pertenecen, aquellas que les dictan sus superiores y que han seguido ciegamente por siglos. Como mencioné al principio, uno de los temas que se mencionan es el “Libre Albedrío”, a continuación dejaré un fragmento respecto al mismo (Traducido por mí).
-Aziraphale: Las personas no podrían volverse realmente santas si no tuviesen también la oportunidad de volverse realmente crueles/malvadas.
-Crowley: Eso sólo funcionaría si todos tuviesen las mismas oportunidades. No podría funcionar si una persona ha nacido en una sucia cabaña y la otra en un castillo.
-Aziraphale: Ese es el asunto, cuanto más bajo estás, mayores oportunidades tienes.
-Crowley: Eso es una locura.
            Si hay otra cosa que adoré de este libro es la relación entre Aziraphale y Crowley, y lo mucho que se conocen y valoran el uno al otro. Incluso al ser tan diferentes, y tan iguales al mismo tiempo, podemos apreciar que entre ellos hay algo más que la mera costumbre de sus compañías a lo largo de los siglos, hay una verdadera preocupación y cariño por el otro, así como respeto. Hay dos momentos claves, en mi opinión, en los que esto se deja ver sutilmente (Y no, no hablo de la escena en la que comen juntos, cuando el ángel pide huevos endiablados y el demonio “Angel cake”, ni de la escena en la que confiesan cuánto se agradan el uno al otro de manera tan divertida en las páginas 209 y 210). La primera es aquella en la que el solitario Crowley le dice más de una vez al apresurado y nervioso Aziraphael: “Estaremos en contacto ¿Cierto?”, casi como un anhelo que el ángel no supo notar, pero que es inevitable para el lector, en especial cuando se nos explica que de pronto el demonio se sintió solo, una vez que el ángel se hubo marchado. Y la segunda es aquella en la que, tras descubrir en dónde se producirá el Apocalipsis, lo primero que cruza la mente de Aziraphael no fue llamar a los suyos, sino a Crowley. Aunque no se exprese explícitamente, la devoción entre ambos es mucho más grande que la que tienen con sus propios superiores.
            Mencioné anteriormente el sublime y maravilloso carácter cómico de esta obra, el cual es uno de sus puntos más fuertes, al igual que lo es en sus autores. Incluso llega a burlarse de su propia narrativa en una escena en la que Anathema Device está buscando un libro desesperadamente: “Ella incluso intentó buscarlo con el romántico método de actuar como si se hubiese rendido, sentarse en el suelo y dejando caer su mirada sobre un pedazo de tierra sobre el cual, si hubiese estado en una narración decente, hubiese estado el libro. Pero no era así”. Los autores bromean sobre lo bien que funcionaría aquel cliché en ese momento de la historia, y lo conveniente que sería para el personaje (y el lector incluso, si busca algo fácil), pero simplemente no sucede. Si hay algo en lo que Neil Gaiman se destaca como autor es transformar lo esperado en inesperado, incluso en el humor. Otra cosa a destacar de sus autores es que, como narradores, hacen un muy buen uso y balance de los distintos tipos de descripción, en especial la descripción indirecta y en la acción, que suele ser la más dinámica para el lector. Además, la obra tiene un excelente balance y ritmo llevadero en cuanto a los puntos de vista, ya que va saltando de un personaje (o grupo de ellos) al otro, mostrándonos el camino y la preparación de cada uno de ellos para el Apocalipsis que se aproxima, el clímax que se construye exquisita y gradualmente.              
            Quisiera terminar esta reseña personal hablando un poco más sobre mi personaje favorito, Adam Young. Creo que lo que impacta más sobre Adam no es sólo que en la mayoría de los casos (al menos en mi opinión) acaba teniendo razón y siendo capaz de percibir todo el daño que las personas le hacen al mundo, sino el hecho de que es un niño. A pesar de que sabemos que es el anticristo, eso pasa a segundo plano una vez que (en mi caso) nos encariñamos con él. Es un niño al que hemos conocido desde su nacimiento, al que hemos visto aprender, jugar con sus amigos y crecer hasta lentamente darse cuenta (a su corta edad) de qué tan corrupto está el mundo en el que él y sus amigos viven.
            El hecho de que el anticristo sea un niño y sienta (en un principio) la necesidad de destruir el mundo a causa del amor que le tiene al mismo, para poder volver a construirlo dignamente para él y sus amigos, es algo maravilloso, y que le llega a uno como lector de manera inevitable una vez que está sumergido en la narración. Adam Young no desea simplemente reducir todo a cenizas sólo porque puede hacerlo, quiere que su amado y preciado mundo pueda ser protegido como debería, y por eso piensa en destruirlo para empezar de nuevo, empezar correctamente, dándole a cada uno de sus amigos una parte de la nueva tierra que desea. Teniendo esto en cuenta, por supuesto que uno de los momentos que helaron mi sangre como lectora fue aquel en el que se observa a Aziraphael diciendo que el anticristo debe morir, aunque el ángel aún no sepa que se trata de un niño que sólo quiere un mundo mejor en el cual vivir. Como lectora, sufrí el momento en el que los poderes de Adam despertaban, mientras él intentaba comprender la naturaleza de aquello que había nacido para ser, algo que fue forzado en él, sin que pudiese tomar una decisión en el asunto. El momento clave para Adam fue aquel en el que vio a sus amigos alejarse con miedo, mientras (citando a la obra) “Sus oídos temblaban con horror ante las palabras que salían de su boca”. Lo último que Adam quiere es lastimar a sus amigos, o que ellos se alejen de él, es por eso que comienza su lucha interna entre quién su padre no humano (Satanás) deseaba que fuera, y quién él verdaderamente quiere ser. Luego de una pensativa conversación con sus amigos, como las que siempre solían tener, Adam llega a la conclusión de que uno puede elegir su propio camino. Ni el del cielo ni el del infierno, sino el suyo. Definitivamente mi pieza de diálogo favorita es el encuentro entre Adam, la muerte, Metatron y Beelzebub, en la que prácticamente el pequeño pone con la mayor elocuencia de cabeza el mundo de las divinidades, haciéndolos dudar de la inefabilidad del “Gran plan” al que obedecen, aquel que deben seguir sólo porque “Está escrito”. (Páginas 199 y 204 a 206).
            Si están interesados en el humor sutil, un cast de personajes variado y profundo con relaciones de igual profundidad y tópicos como el cielo y el infierno, ángeles y demonios, el apocalipsis e intensos debates filosóficos respecto a nuestra naturaleza y nuestras creencias, “Good Omens” es la lectura para ustedes.   

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